Cuando
en 2001 apareció por primera vez un esqueleto de tamaño real vestido
como la Parca en un altar callejero de Tepito, en Ciudad de México,
muchos transeúntes se santiguaron instintivamente. La figura era La
Santa Muerte, una santa popular envuelta en misterio y controversia que
anteriormente se conocía, en todo caso, como una figura de devoción
doméstica: alguien a quien se le podían dirigir oraciones, pero en la
intimidad del hogar.
Ella personifica la muerte misma y a menudo
se la representa sosteniendo una guadaña o un globo terráqueo. Y desde
principios de la década de 2000, su popularidad se ha extendido constantemente por México y América, Europa y más allá.
La idea y la imagen de la muerte convertida en santa es a la vez inconcebible y magnética. Su asociación con los narcotraficantes
y rituales criminales hace que mucha gente desconfíe de la figura
esquelética. La Santa Muerte también se enfrenta a una importante oposición de la Iglesia católica, que condena su veneración como herética y moralmente peligrosa. Altas figuras de la Iglesia como el cardenal Norberto Rivera Carrera
en México han denunciado públicamente su devoción, advirtiendo que
promueve la superstición y va en contra de los valores cristianos.
Consuelo más allá de las instituciones
Esta
crítica pone de relieve una profunda tensión entre la religión oficial y
la devoción popular. Muchos mexicanos que se sienten abandonados por
las instituciones gubernamentales y eclesiásticas la acogen como fuente
de esperanza. De hecho, según mi investigación, La Santa Muerte
representa fuerza, protección y consuelo para sus devotos, entre los que
se encuentran presos, policías, trabajadores sexuales, personas LGBTQ+,
migrantes, la clase trabajadora y otros grupos menos vulnerables. A
pesar de su aspecto temible, ofrece un tipo de cuidado que a menudo se
les niega en otros lugares.
Como antropóloga que ha estudiado a La
Santa Muerte en México, creo que su poder refleja una paradójica
concepción mexicana de la muerte, no solo como símbolo de miedo, sino
como parte íntima de la vida cotidiana que se ha convertido en un
símbolo de resiliencia y resistencia en medio de la violencia crónica
del país.
La muerte y el Estado
Basándome en más de una década de trabajo de campo etnográfico,
descubrí cómo las oraciones, ofrendas y promesas que le hacen las
personas forman parte de un deseo de encontrar soluciones a problemas
cotidianos como la enfermedad, las dificultades económicas y la
protección contra el daño. Su frecuente representación en imágenes como
altares, tatuajes y producciones artísticas también refleja una
evolución en la comprensión social de la muerte, que durante mucho
tiempo ha sido un símbolo omnipresente de la cultura, la identidad y el poder del Estado mexicano.
Tras
la Revolución mexicana a principios del siglo XX, la muerte como
símbolo de la nueva nación fue popularizada por artistas como José
Guadalupe Posada, especialmente a través de La Catrina,
la caricatura del esqueleto dandi, que a menudo se asocia con el Día de
Muertos. Mientras que la muerte y su personificación formaban parte en
el pasado de una ética de celebración y valentía frente al inevitable
final de la existencia, ahora se han convertido en inquietantes
recordatorios de la creciente inseguridad y violencia en México.
Esta transformación, y el papel que desempeña el santo esquelético al
proporcionar protección en este contexto peligroso, refleja el descenso
generalizado de México hacia la agitación. En las elecciones nacionales
de 2000, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue derrocado
tras 71 años de gobierno ininterrumpido. La elección del conservador
Partido Acción Nacional (PAN) en su lugar supuso la fractura de las alianzas informales entre el Estado y las redes criminales que anteriormente habían reprimido la delincuencia mediante sistemas de clientelismo.
En 2006, el recién elegido presidente del PAN, Felipe Calderón, lanzó una guerra militarizada
contra la delincuencia, tras años de evolución de estas primeras redes
criminales hasta convertirse en organizaciones despiadadas.
Desde el inicio de la guerra contra las drogas en México en 2006, se estima que 460 000 personas han sido asesinadas y más de 128 000 figuran oficialmente como desaparecidas en el país,
lo que supone aproximadamente una de cada 1 140 personas. En estados
muy afectados, como Guerrero y Jalisco, es probable que esa proporción
sea mucho mayor, lo que pone de manifiesto la desigualdad geográfica de
la violencia y las desapariciones en todo el país.
Un espejo violento
Para
la mayoría de los devotos, La Santa Muerte no es una aliada de los
criminales, a pesar de que la utilicen los grupos vinculados a los
cárteles. En cambio, es una de las pocas formas de ayuda que quedan en
medio de una realidad social aterradora. No ofrece ninguna ilusión de
que la situación de disfunción política o violencia desenfrenada vaya a
mejorar, solo presencia y protección. Su imagen refleja una verdad
brutal: la supervivencia ya no está garantizada por un Estado cuyos vínculos con los cárteles son profundos. Sin embargo, La Santa Muerte es diferente. Ella es la muerte
personificada, el fin de la vida, la jueza definitiva y un símbolo de la
mortalidad compartida, independientemente del estatus, la raza o el
género. Como me dijo un devoto: “Si nos abres, encontrarás los mismos huesos”.
La Santa Muerte también está imbuida del cuidado y el amor de sus
seguidores. Algunos se dirigen a ella como a un familiar, una tía o una
madre venerada que encarna la protección maternal y un tipo de fuerza
más comúnmente asociada con lo masculino. Como muchos dicen: “Es una
cabrona”.
Patrona de un país donde la muerte acecha
En
un país donde la protección del Estado es escasa y los límites entre
las autoridades y los cárteles, difusos, La Santa Muerte representa al
pueblo y también protege a sus creyentes a través de una protección
milagrosa. Sus seguidores acuden a ella porque, como dicen, solo la
muerte puede protegerlos de la muerte.
Dada la vulnerabilidad de
sus devotos y la confianza incondicional que depositan en su santa
esquelética, es más que un simple folclore. Es la santa patrona de
muchos en un país donde la muerte acecha. Es una figura de consuelo
personal y resiliencia colectiva. Y, por encima de todo, es un espejo
que refleja una sociedad en crisis y sumida en la violencia, y un pueblo
que busca sentido, dignidad y protección frente a todo ello.
Nota cortesía:
Fuente de información:
Myriam Lamrani/ The Coversation (8 de noviembre de 2025). “Solo la muerte puede protegernos”: cómo el culto a La Santa Muerte refleja la violencia en México. El Economista. México. Recuperado el 9 de noviembre de 2025 de: https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/muerte-protegernos-culto-santa-muerte-refleja-violencia-mexico-20251108-785722.html
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